Leonard Cohen, sí, Bob Dylan, no
La palabra cantautor está sacralizada por unos y demonizada por otros. Es un término que aquí asociamos al final de la dictadura y al nacimiento de la democracia, cuando poner voz a una inquietud social guitarra en mano era un acto perseguido como otras formas de libertad de expresión pero prefiero entender el término cantautor como lo hacen los anglosajones... songwritter, es decir, aquella persona que escribe canciones.
Ahí está la diferencia, escribir no es lo mismo que componer. Escribir es hacer magia hasta plasmar sobre pixel o papel emociones, sensaciones, sueños, pesadillas, amores, dolores, todo eso y más. Escribir para huir abriendo ventanas nuevas que no encuentras en tu casa, en tu entorno, en tu risa, en tu fondo. Escribir para celebrar y compartir que tenemos a mano luces para rasgar las cortinas de las noches demasiado largas.
Escribir es como leer, como tener en las manos un mapa del tesoro sin que nada ni nadie limite tus mares para salir de viaje, para buscar o perderte. Escribir es una fiebre que no quiere dar explicaciones.
Leonard Cohen y Bob Dylan escriben canciones, otros componen, ellos no.
Cohen ha conseguido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, de fallo reciente, Dylan antes en 2007 pero... no es lo mismo.
Cohen ha estado recluido durante siete u ocho años en un monasterio budista, Dylan no pero le ha cantado al Papa y ha actuado en China asumiendo censura previa en parte de sus letras, es decir, cada uno conguja la religión de su oficio a su modo.
Son dos escritores con un mismo logro. Ambos son auténticos best sellers sin necesidad de firmar El Código Davinci ni Los Pilares de la Tierra. La industria editorial y la musical no son lo mismo pero en este siglo XXI al que tantos y tantos insultan, diciendo la nueva tecnología solo genera iletrados, alienados e incultos, la cultura pop crece como nunca y demanda libros sobre la música, sus grupos, sus protagonistas, sus misterios, sus fotos, sus curiosidades y sus letras, hechos que revocan ciertos dardos gratuitos de sociólogos y tertulianos que llevan años sesteando en el diván de la comodidad y olvidan que desde la imprenta de Gutemberg nada, ni nadie, ha hecho tanto por la difusión de la cultura como internet.
Cohen sí, Dylan no.
El canadiense tiene la elegancia de un cisne, su perfil afilado de cabellera cana, sombrero negro, voz ronca, tono quedo y entrecejo gris, tiene un algo de orgullosa decadencia que no se resigna a vender el traje de romántico, y esos zapatos que marcan un paso un tercio engreido, otro descreido y uno más sin sentido, como lo son los besos dados sin regalo a cambio.
Cohen si, Dylan no.
El estadounidense es un totem mediático, considerado por casi todos el padre del folk rock, aunque convenga tener en cuenta que muchos músicos de blues ya cruzaban la guitarra eléctrica con las raices de la música norteamericana antes de que él cantase en el festival de Newport en 1963. Debates aparte sobre su posible papel pionero, el alcance internacional de canciones como Blowing in the wind y su influencia en el pop rock en general es muy grande. Tanto que justifica que algunos le llamen dios pero su trayectoria también es una cadena de montaje del gigantesco negocio que Estados Unidos suele organizar alrededor de sus ídolos [algunos ajenos] como Elvis Presley, Jim Morrison, Jimi Hendrix, Bob Marley, Michael Jackson, Madonna y, por qué no... Lady Gaga.
Cohen sí, Dylan no.
Mientras del cantautor estadounidense se destacan discos enteros, del cantautor canadiense se citan canciones, momentos, frases o simplemente... palabras, sean nombres propios, Suzanne, o expresiones, Hallelujah.
[Leo]nard sí.
por txabi
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