Shinova están aquí para quedarse tras llenar La Riviera
Por: Sergio Santos Sánchez
Shinova crecen. La música es como el deporte: siempre se habla de talentos emergentes como “los nuevos tal”, hay ganas de comparar y sustituir a los actuales referentes. Y con el pop rock es igual: la joven banda, llamada a ser el relevo de... [inserta nombre de cualquier banda ya establecida]. ¿Por qué? Nunca lo sabremos. Pero es matemático.
02 Febrero de 2019 en Sala La Riviera, Madrid
- · Grupo: Shinova.
- · Público: Unas 1.800 personas. Casi lleno.
- · Precio: 15 euros en venta anticipada.
- · Promotor: Hontzak Produkzioa.
Hace unos meses hablando con un amigo sobre las nuevas promesas del pop rock patrio salieron varios nombres a relucir, y en determinado momento él me dijo: “pues deberías escuchar a Shinova, son como los nuevos Love Of Lesbian pero con la caña de Savia, creo que pronto lo petarán”… Pues oye, creo que ni lo uno ni lo otro ni todo lo contrario. Dejemos que cada banda desarrolle su sonido -beba de donde beba- sin necesidad de estar comparando continuamente, por favor.
Shinova son una banda de Euskadi que, sin ser estrictamente joven, sí que está disfrutando ahora del ascenso que quizá corresponda a una etapa vital anterior. Eran una banda de hard rock que tras dos álbumes de buena acogida pero poca repercusión giraron el timón con un cambio de formación y de sonido en su tercer largo (Ana y el Artista Temerario, 2014), cambio en el que ahondaron con su cuarto álbum (Volver, 2016) y que han consumado por completo en el tercero (Cartas de Navegación, 2018). A día de hoy no tienen prácticamente nada en común con la banda de casi heavy metal que eran hace 7 años, más allá de la voz -y el carisma- de Gabriel de la Rosa.
Shinova han seguido la progresión típica de las bandas emergentes, y el año pasado cerraron la gira con un lleno en Joy Eslava (1000 personas). Así que por lógica este año tocaba La Riviera, sala mítica de Madrid con un aforo cercano a los 2000 asistentes y que consiguen vender por completo con varios meses de antelación, un logro al alcance de pocas bandas y que supone un hito particularmente especial para ellos.
Por supuesto la potente promoción y apoyo de Warner, que ha apostado abiertamente por los vascos, tiene parte de la culpa, pero también la tienen el boca a boca y la innegable expansión estilística, que ha ampliado su público objetivo y ha conseguido que en las primeras filas de La Riviera se dieran cita -casi a partes iguales- un nutrido grupo de hardrockeros junto a no pocos adolescentes que no desentonarían en un masivo concierto de alguna estrella de OT.
El recital, colorista y accesible, tiene pocos altibajos y es de una estabilidad sonora y escénica admirable. Incluso con tintes de rockstars internacionales: a la entrada reparten unas pulseras que esconden unas luces LED que dan mucho juego a lo largo del concierto. Aunque es cierto que tardan en encenderse (se accionaban por control remoto desde la mesa de sonido y hasta la quinta o sexta canción no las encendieron por primera vez, supongo que por no quemar el cartucho antes de tiempo), son el punto central de varias de las canciones, y desde luego aportaron un componente visual poco habitual en bandas y aforos de este calibre.
Un buen punto para ellos. Los agradecimientos al público por la confianza son constantes, y aunque Gabriel de la Rosa no vaya a pasar a la historia como el mejor orador de entre los frontman del rock patrio, sí transpira sinceridad cuando se emociona ante la visión de casi 2000 fieles cantando sus textos.
También es digno de apuntar que las canciones de su (reciente) último LP tienen una acogida muy cálida entre el público, especialmente Mirlo Blanco -banderas y confeti incluidos-, pero no mayor que los hits de sus dos discos anteriores: Niña Kamikaze, Viajero (la primera en la que se encendieron las pulseras), Volver y la gran Qué Casualidad para la que invitan a subir al escenario a Shuarma, líder de Elefantes. Los orígenes hard rock de la banda, más allá del pelo largo de Erlantz (guitarrista) y la chupa de cuero de Gabriel, se dejan entrever en varios pasajes pero sobre todo en El país de las Certezas y en la tremenda Solo una canción, que cierra el set principal.
La bella “La buhardilla de la Musa”, probablemente la canción más íntima y delicada de toda su discografía, abre un bis muy pedido por el entusiasta público y aporta un pequeño oasis de calma entre tanto guitarrazo. Sabia y valiente elección para afrontar las cuatro últimas canciones, de las que nos quedamos con A Treinta Metros, canción festiva y casi discotequera que pone a bailar hasta a los camareros de La Riviera y sirve para poner el broche a la gran noche de Shinova. No será la última, claro, por algo son “la nueva promesa, los llamados a tomar el trono de XXXXX“. Jejeje.