Doris Day falleció hace unos días a la edad de 97 años tras una carrera brillante como pocas en el mundo del cine y en la música, dualidad nada fácil de cuadrar. Sus comedias con Rock Hudson tocaron el cielo en los años 50 pintando unos Estados Unidos de color idílico, retrato de una era previa a los agitados años 60.

Aparte de su estatus de estrella cinematográfica, conviene decir que Day trazó una exitosa trayectoria musical donde el jazz, el swing y el pop se daban bien la mano, igual en su etapa cantando en orquestas que ya yendo en solitario.

Doris Day protagonizó una treintena de discos largos, grabando más de 600 canciones, empezando en las big bands del primer tercio del siglo XX y creciendo luego por su cuenta. Logró convertirse en reina del top musical de EEUU en los años 50. Así fue hasta que ella y otros ídolos de aquella candorosa época de postguerra fueron desplazados por el nacimiento del rock and roll y el torbellino que supuso la llegada de Elvis Presley, otro icono mainstream.

Además del R&R, llegó el soul, Bob Dylan, la invasión británica y el ruidoso fenómeno de la segunda mitad de los años 60, con festivales como el de Woodstock y otros que hilaron la banda sonora de una América que cantaba contra Vietnam mientras Doris se refugiaba en su show televisivo y singles de mucho menor eco. 

Hay algo inquietante en la voz de Doris Day, como si habitase un mundo donde solo hay arcoriris a todo color pero al mismo tiempo irradia una alegria primaveral, camp y algo ingenua, que revela su talento. Todo gracias a un modo de cantar cuya calidez y melodías no están tan lejos de muchos discos de indie pop aunque no esté bien visto decirlo, pienso, por ejemplo, en algunas cantantes del valiente sello madrileño Elefant Records.

DEP

Xabier Sanmartín C. / @xabisanmartic / Periodista